Por Mariana Carbajal – Página 12
“Hay que repartir el poder en la casa y en lo público”, dice la antropóloga feminista Marta Lamas, a la hora de pensar cómo lograr una mayor participación femenina en el ámbito político. Lamas es considerada en México entre las diez mujeres más influyentes de ese país. Férrea defensora de los derechos de las mujeres, fue una de las principales promotoras de la legislación que despenalizó el aborto en el Distrito Federal. En una entrevista con Página/12, a su paso por Buenos Aires para presentar el estudio de ELA, se explayó sobre la importancia del rol del Estado para desarmar los “mandatos de la feminidad” y de la “masculinidad” que conspiran contra el protagonismo de las mujeres en la esfera pública.
–¿Qué les dice a las mujeres el mandato de la feminidad?
–Se manifiesta en que una mujer para ser femenina, para ser una verdadera mujer, antepone las necesidades de sus hijos, de su marido, a las propias. Si hay una última fruta se la guarda al chico. Si hay que llevarlo al médico lo lleva, pero ella tarda en hacerse el Papanicolaou, se lo hace cada cinco años y no cada año. La palabra abnegación quiere decir negarse a sí misma. Se niegan a sí mismas porque además encuentran una gratificación –Freud lo dijo también– muy fuerte en la maternidad. El mandato de la feminidad tiene que ver con posicionar a la maternidad como el destino principal de la mujer, con rebajar el tema del trabajo a una ayuda a la economía familiar, para traer más dinero a la casa pero no como una cuestión de desarrollo personal, porque eso se ve como egoísmo. Y también incluye el tema del físico, cómo te tienen que ver: arreglada y bonita. Supermujer. Ese es el mandato de la feminidad. Ese mandato lo recibimos explícitamente de nuestras madres y de quienes nos rodean e implícitamente en términos de la cultura.
–¿Es una cuestión de distribución de roles?
–No. Hay que tomar conciencia de que es un tema del psiquismo y de cómo introyectamos ese mandato como algo natural y que eso dificulta mucho las intervenciones políticas que se puedan hacer después. Hubo un tiempo en que el feminismo pensaba que cambiando lo social iban a cambiar las cosas. Acá nos dimos cuenta de que hay que cambiar lo social y lo psíquico y que eso requiere procesos no tan complicados, pero sí una mirada del Estado a la comunicación social, a las telenovelas, a muchísimas cosas en la construcción de la masculinidad y la feminidad. No sólo de la feminidad. Sino ahora, y mucho, de la masculinidad.
–¿Qué mandato tienen los varones?
–El mandato de la feminidad se instala en el mito de madre, el de la masculinidad se instala en el mito del guerrero. El hombre tiene que ser fuerte, valiente, el proveedor. Toda esta cosa hacia afuera. Por eso el ámbito privado es el de las mujeres, donde ellas mandan, y el ámbito público es el de los hombres.
–¿Y no ha cambiado? Se ha avanzado muchísimo en legislación en términos de igualdad de derechos.
–Pero no se ha avanzado igual en términos de cultura. Y menos en Chile que en Argentina: en Chile no tienen ley de cuotas, y las legisladoras mujeres representan el 12 o 14 por ciento del total, acá llegan al 30 por ciento. Los procesos culturales son muy lentos. Cambian de siglo en siglo. Estamos apenas acercándonos a 63 años del descubrimiento de los anticonceptivos para las mujeres, de la píldora, apenas están mostrando ahora que las mujeres sí están controlando su fecundidad. Estos cambios sí se están dando en pequeños grupos, de élite, de jóvenes, con una educación e intelectualidad distinta, cuya aspiración ya no es ser el guerrero en términos simbólicos sino que están mucho más dispuestos a hacerse cargo de los hijos y la casa. Pero son excepciones, porque las sociedades tienen simultáneamente varios esquemas de relaciones entre hombres y mujeres, de distinto corte histórico.
–¿Cómo se puede promover la mayor “agencia” de las mujeres?
–Generalmente se pone todo el peso en lo que las mujeres tienen que hacer. Y no se pone la carga en que tiene que haber un movimiento de los hombres hacia el mundo de lo privado y hacia hacerse cargo realmente paritariamente de los hijos y las tareas del hogar. No se habla casi de eso. Y no hay políticas públicas del Estado en ese sentido. Noruega tiene para los hombres permisos paternos de un año, durante el cual reciben el 80 por ciento de su sueldo. Al hombre que lo toma se le reduce el tiempo para la jubilación y a la vez recibirá más dinero cuando se jubile. Son incentivos. ¿Por qué? Porque los países escandinavos ya se dieron cuenta de que si no cambian el modelo de masculinidad, por más que las mujeres hagan y hagan y hagan, eso no se resuelve. Tenemos que pensar cómo cambiamos el código de la masculinidad, cómo logramos que los hombres dejen de pensar en que tienen que ser heroicos, fuertes y arriesgados en el trabajo, y que ir a la casa y cocinar es cosa de débiles o de desempleados.
–Parecería más fácil que las mujeres hagan ese esfuerzo, antes que los hombres cedan ese lugar.
–Creo que las mujeres tienen que hacer ese esfuerzo y empezar a ponerles límites a los hombres. Hay hombres que sí están dispuestos al cambio, pero tienen que encontrar en el discurso social respaldo para sentirse avalados. Hay que juntar las dos cosas: la gente se mueve cuando las cosas le duelen o cuando le apasionan intelectual o políticamente. Vamos a encontrar hombres a los que les puede interesar o apasionar esto intelectualmente, y mujeres a las que les está doliendo esta situación. Y en la medida en que de esto se hable, haya un debate público, se empiece a hablar de estos mandatos de la feminidad y de la masculinidad, cada vez más personas van a estar moviéndose, como se han movido otros esquemas, como se ha aprobado el matrimonio entre personas del mismo sexo, como se va a mover la cuestión del aborto.
–¿Cuál sería el rol del Estado para lograr estos cambios culturales?
–Si hombres y mujeres somos iguales como seres humanos, pero distintos como sexo, las políticas de derechos sexuales y reproductivos son esenciales, hay que despenalizar el aborto, leyes que dan un mínimo piso de igualdad. No es posible que los hombres cojan y no tengan consecuencias y las mujeres cojan y tengan la consecuencia de un embarazo no deseado y que además no pueden interrumpir. Se requieren políticas públicas pero fundamentalmente políticas de comunicación. Hay que cambiar las telenovelas. El Estado debe tener apuestas por cierto tipo de películas. Hay que difundir este tipo de mensajes en la televisión y las radios públicas.
–¿Hay experiencias comunicacionales de este tipo en otros países?
–En Europa hay muchas. Recuerdo un cartel de un hombre embarazado en Inglaterra que decía: ¿Qué pasaría si después de una relación te quedaras embarazado? Eran distintos hombres. Los hombres nunca piensan eso.
–¿Por qué es importante que las mujeres participen en el espacio público?
–En la medida en que participen en el espacio público van a lograr que sus deseos y sus necesidades sean tenidos en cuenta. Si la cultura te troquela en los mandatos va a ser muy difícil que los hombres planteen cierto tipo de demandas porque no las han vivido nunca. Hay una película preciosa de los años ’50, mexicana, La sal de la tierra, sobre una huelga de mineros mexicanos que trabajaban en Estados Unidos, que piden que les den el mismo salario que los mineros norteamericanos. Como corren el riesgo de que la policía los reprima, las mujeres deciden salir y ponerse en frente de las minas. En ese contexto, los hombres se empiezan a ocupar de la casa, de los chicos, y se dan cuenta de que no hay agua corriente y de que las mujeres tienen que buscarla en cubetas. A las mujeres las meten en la cárcel. La huelga se gana, pero los hombres se dan cuenta de que en el petitorio no habían pedido agua corriente, porque ellos nunca habían lavado un pañal ni los platos. Está basada en un hecho real. Otro ejemplo: cuando tienen que construir un edificio público, hacen baños para hombres y para mujeres del mismo tamaño. Aunque ya está estudiado que las mujeres tardamos mucho más que los hombres entre que nos bajamos la ropa, las medias, nos arreglamos. Ellos se abren sólo la bragueta. Siempre ves unas colas enormes en los baños de mujeres, que nunca hay en los de varones. Cuando construyen unidades habitacionales, no hacen un cuarto de juego para los chicos o para los viejos, y no porque sean malos; no han vivido eso que han vivido las mujeres, o hacen ambientes con ventanas enormes, vidrios imposibles de limpiar porque nunca tuvieron que limpiarlos. Eso hay que llevarlo al mundo de las políticas públicas. Si las mujeres empiezan a participar, van a poder empezar también a decir acá se necesita esto o aquello. Se necesita que las mujeres participen más en lo público, pero que los hombres participen más en el mundo privado. La discusión de fondo es la paridad. Si la condición humana es mixta, ¿por qué los lugares de toma de decisiones no son mixtos? Porque los espacios privados tampoco son mixtos. Este es un cambio que va a venir dentro de un siglo, pero hay que empezarlo ya.